En este verano de temperaturas tan extremas (pese a tener que entender que, en verano, en España, lo normal es que haga mucho calor...), donde aún no hay competición pero se solapan campeonatos nacionales con torneos internacionales sin lugar a la tregua, a falta de "chicha" informativa (más allá de los amistosos estivales) te ofrezco una serie de entradas con textos extraídos tanto de publicaciones propias como de libros donde he colaborado. Esta vez, para empezar la serie, allá va el prólogo del último libro de Miguel Chamorro (que recomiendo, por supuesto, encarecidamente). Dice así:
"Es fácil entenderse con el que observa la realidad desde un paradigma similar al tuyo. Quizás por eso no tiene mérito que nos llevemos tan bien. Si bien nuestra frecuencia atrae a otros seres humanos en un mismo nivel de vibración, haciendo bastante complicado el encuentro fuera de esa sintonía con otros (ni mejores, ni peores, solo en otra frecuencia vibratoria), lo que nos genera mayor aprendizaje, una mayor evolución, es el pensamiento transversal al nuestro. Quiero entender que Miguel y yo estamos vibrando en una frecuencia similar y que nos encontramos, aunque solo sea en persona muy de vez en cuando, porque nuestras energías se atraen. Y quiero entender que, pese a nuestra sintonía, seguimos devorando el reloj en cada encuentro desde la coincidencia y la divergencia, desde asentir y enfrentar posturas, desde el acuerdo y, también, por supuesto, desde el desacuerdo. En los desacuerdos y en las puestas en duda está el crecimiento. En verse en el otro y, dejando a un lado el ego, escuchar, atender y, bajo su opinión solicitada, su posición, respetable, y la evaluación desde su prisma, que no juicio, abrirse a ver lo que de eso puedes llevarte para ser una mejor versión de ti mismo con respecto a la que empezó la conversación.
A todos nos gusta coincidir. Sentirnos respaldados en una idea. Vernos reflejados en el espejo que es el otro. Eso llena al ego pero, como veis, en mi opinión, no produce un resultado tan impactante como la divergencia. Yo no puedo sino declarar mi alineación con el pensamiento de Miguel. La lectura de su primer borrador para este libro me postula a su lado. Pero a un lado sin orgullo, sin sentido de pertenencia. A su lado porque duda, porque cuestiona, porque se pregunta el "para qué" de todo este tinglado.
Cuando la vida te lleva a donde nunca hubieras pensado y siempre habrías soñado para pegarte un bofetón de conciencia, te das cuenta de que has iniciado un camino de no retorno. A la desestructuración general de tus valores del primer encuentro con la realidad (diferente a la que habías creado) le sigue la puesta en duda de todo el sistema en el que te apoyaste para llegar hasta allí; sin dilación, la vida continúa con un regusto constante de "qué hago aquí" y un cuestionamiento de cada paso dado y por dar, saliendo de la línea del foco que pone la luz fuera para encender la lamparita que alumbra tu interior. Y entonces aparece el armario del recuerdo, el baúl de las heridas, la caja de Pandora personal- vital. Y todo se pone patas arriba: ya no hay marcha atrás.
El fútbol está dentro de la vida. Es un sistema dinámico abierto dentro de una sociedad que, como la propia vida, es compleja. Como podréis compartir con Miguel en estas páginas, fruto de esta realidad, en el fútbol (como en la vida) ya no tiene sentido práctico, biológico, metodológico o espiritual, separar en partes, dividir, aislar o entender como parte de un todo porque, aun viéndolo como un todo con partes interdependientes, estamos actuando como si de verdad hubiera partes, y no se puede tomar como diferente lo que conforma el todo. No para mí. No en este momento. Para explicarlo, para entendernos, puede servir. Pero no me interesa ni expresarlo con ese sentido; el fútbol no es diferente de la vida, por lo que las acometidas desde el ámbito profesional, como técnicos, que hagamos en el fútbol, ya no tienen en mí ningún sentido si no vienen de dentro- afuera. Si no son la propia vida. Y la vida ya no tiene, para mí, un sentido práctico. Es simplemente eso, vida. Y eso implica sentir, experimentar, ser.
El desarrollo interior (incorrectamente expresado, pues no hay otro desarrollo que el interior -la realidad es lo que proyectamos desde nosotros- y, en realidad, no hay que desarrollar nada, porque de nada se carece), es la palanca que enciende el motor de la vida en cualquiera de sus formas, en el momento presente. Leer a Miguel tratar de fútbol desde la complejidad, la incertidumbre y la sencillez resuena en mi conciencia como un tambor al ritmo de mi corazón. El siguiente paso de nuestro deporte, quizás un paso atrás porque nos redirige al origen de todo, seguramente perdido en el retrovisor de la evolución y el desarrollo, junto al Ser, será hacia dentro; sin competencia con el rival, sino "usándole" para dar una versión mejorada de cada uno; agradeciendo su máximo esfuerzo para poder alcanzar tu propio potencial; con más humildad. Y, como entrenadores, dando un paso a un lado, con más escucha y observación, y menos cháchara; con más conciencia de servicio, con el ego en la basura, poniéndonos a disposición de los jugadores (auténticos protagonistas) para su desarrollo y evolución. Con más amor. Sin temor.
Esa presión constante de Miguel a revisar nuestras creencias, ideas, limitaciones, principios o valores, y esa puesta en duda sin parón durante todas y cada una de las páginas de este libro de todas y cada una de las realidades de esta vida, de este fútbol, refuerzan el ánimo de seguir en este deporte por el camino que, sin estar marcado ya, pues de tanto salir de él apenas queda el rastro, se adivina entre la hierba de aquella época en la que los niños daban, durante jornadas eternas, sin reloj, hasta la puesta de sol, patadas a un balón movidos por el único fin realmente loable en la práctica del fútbol: la propia práctica".
(Prólogo que hice a Miguel Chamorro para su libro "Fútbol Incierto". 2019).
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho fútbol.
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