Si fueras una cosa, ya no podrías ser ninguna otra. Qué putada, ¿no?
Si te identificaras con lo que haces (y eso te convirtiera en lo que eres) y dejaras de hacerlo, ¿quién serías entonces?
Si sintieras tu profesión, de modo que te pensaras el “personaje” que ejerces, y tu profesión dejara de existir, ¿dejarías de existir tú también?
No identificarte con nada te permite poder ser todo lo que puedas ser, pues te concede vivir sin el miedo a perderlo (ya que perderlo sería perder la identidad. Sería morir con ello). Como todo lo que desarrollo en este blog, lo desarrollaré a través del juego. Del fútbol.
He querido comenzar lanzando algunas preguntas al aire. No tienen respuesta, ya te lo adelanto. Y la reflexión que las sigue es cosa mía. Tampoco te la creas. Lo que no es casualidad es que el tema sea recurrente. El ego y las consecuencias de la identificación se me manifiestan a pecho descubierto en este confinamiento a través de mi entorno futbolístico. El encuentro con un tuit de Jon una mañana de los últimos días hace que vuelva otra vez a mi cabeza. Mira que estoy trabajando en cosas de fútbol durante estas semanas (directos con profesionales, artículos para amigos, propuestas para ponencias online) pero lo que me tiene “frito” es esto del ego, del drama de la identificación.
Son ya tres formaciones en los últimos meses las que he hecho acerca del ego, amén de lecturas y vídeos varios. Una de las grandes cuestiones que siempre han tenido en vilo al pensamiento humano y que, supongo, el contexto mundial actual acentúa en mí por el motivo que sea: o esto de estar encerrado, quizás, o esto de que la vida que he conocido en los últimos años no exista (en el ahora, mi realidad se ciñe a un apartamento y las vistas al mar del ventanal. Afuera no hay nada más). Porque nada más que mi realidad existe y, actualmente, en ella no hay fútbol. Ni lo habrá en mucho tiempo. Pero como te cuestioné hace algunos post, ¿y si ya no vuelve a haberlo nunca más? O, por lo menos, como lo conocemos a día de hoy. Porque yo soy “entrenador de fútbol”, con todas las letras. Un técnico profesional. Claro que sí. Con un prestigio y un currículum. Muy respetable, ¡cuidao!... ¿En serio? ¿Y si nunca más me vuelvo a ganar la vida con el fútbol?¿Y si yo me doy valor a mí mismo por el papel de entrenador, por lo que he logrado, por el trabajo que desempeño o por el dinero que gano?¿Y si los demás me valoran solo porque soy entrenador, por haber conseguido cosas que al final no se ponen al alcance de todos? Sin fútbol, entonces, ¿dónde estaría mi verdadera valía?
Cuando nos preguntan “quiénes somos” tenemos muy clara la respuesta. Estamos desde que nacemos condicionados a dar respuesta a estas cuestiones identitarias por elementos prácticos y útiles, no te lo voy a negar, que utilizamos en el día a día y que, en mi opinion, parten de un sentido organizativo, para mejorar la comunicación, para poder establecer relaciones a través del lenguaje, pero que, profundizando, pueden generar una auténtica neurosis. Un nombre y unos apellidos. “David, David Dóniga, ¿quién voy a ser? Hijo de Jesús y de Maribel. De Torrejón, claro, torrejonero, y a mucha honra. Español, por supuesto. De este equipo. O del otro. Con unas ideas claras a la hora de manifestarme políticamente. Y con unos valores. Claro que sí. Y mi ética…”.
Mentira. Menuda milonga. Si profundizo, si voy al meollo, realmente, no tengo ni idea de quién soy. Podría ser Pepito o Jaimito y no dejaría de ser lo que en esencia soy ahora. La misma cultura que he vivido le es útil a otros seres humanos e inútil a muchos otros en distintas latitudes, por lo que, en realidad, tampoco es tan importante; mi nacionalidad se debe al nombre del estado al que pertenece el lugar dónde nací y, sin embargo, cientos de años atrás la organización estatal era distinta y en la mayor parte de la historia no ha habido en este terrirorio la nación que conocemos ahora; y se puede ser de otra, ya lo vemos, y no genera más valor al ser que soy en esencia: al fin y al cabo, hay casi 200 países en el mundo y, que yo sepa, todos sus ciudadanos son aptos para vivir sus vidas; y mis ideas…¡Si no paran de cambiar! Si lo que yo pensaba con quinces año se tumbó a los veinte, y lo que con veinticinco era verdad se ha convertido en mentira. ¿Podría eso darme un valor, permitirme “ser” algo por identificarme con ello, por pertenecer?
Volvamos al fútbol para no salirme del núcleo. Tengo la fortuna de poder dedicar el tiempo que me demande su desarrollo a una actividad que me apasiona y a la que juego desde que nací, prácticamente. Tras muchos años sin tener la posibilidad de ello, llegó un punto en el que, si yo no quería, no necesitaba hacer otra cosa para poder ganarme la vida. En una sociedad en la que cambiamos dinero por comida (hubo cuando no pasaba y habrá un tiempo en el que puede que no pase pero, por ahora, por lo que sea, esto es lo que nos toca vivir), que te den dinero por hacer algo que te divierte es, cuanto menos, una buena idea. Y a mí, que me gusta el fútbol mucho, me encaja, aunque también me gusten otras cosas. Que soy entrenador es un hecho, es una etiqueta. Es una forma de denominar al puesto que ejerzo profesionalmente. Pero ya el hecho de poner el verbo ser delante empieza a chirríar si te paras un poco en ello…Entonces, ¿soy entrenador, o trabajo como entrenador?¿Quién es el entrenador: yo, mi personaje, o mi trabajo? Igual que la nacionalidad, que el nombre o que los valores morales, el ejercer como entrenador no me da un valor como ser humano. A nivel profesional, en el teatrillo este en el que tenemos que hacer como que es importante trabajar y labrar un prestigio, ser entrenador puede tener una categoría, la que cada uno le quiera dar. Pero si yo no fuera entrenador, entonces, ¿no podría aspirar a tener un valor?¿Será siempre lo externo lo que proyecte mi valía o la de mi esencia? ¡No me jodas, qué locura! Dale una vuelta…¡es imposible!
Imaginemos por un momento que yo me sintiera entrenador, que fuese veinticuatro horas entrenador, que solo hiciera cosas de entrenador, que la gente se pusiese en contacto conmigo por ser entrenador o que mi familia estuviera orgullosa de mí por ser entrenador. Pues ahora, a 20 abril de 2020 (“Hola, chata, ¿cómo estás?”), el entrenador no vale un euro. Sin fútbol, sin un futuro cierto, la realidad es que mi personaje ha muerto. Si me identificara con él, con él moriría. Y si no estuviera sano del coco, si no tuviera los cables en perfectas condiciones, el problema mental que me generaría sería importante. Dice Mariano que todas las crisis del ser humano son crisis de identificación, crisis de ego. Hacer que tu vida “sea” tal cosa, vivir por y para ella, sentirse uno con ella, y perder la cosa (un hijo, una pareja, un trabajo, un objeto material o el dinero en sí mismo) nos hace morir con aquello que perdemos y, eso, para mí, requiere de una toma de conciencia para no caer en este engaño del ego, en esta trampa que puede ser mortal, de facto, o de muerte en vida en muchos casos, por desgracia.
Hubo vida antes del fútbol; hay vida mientras hay fútbol; habrá vida después del fútbol. Recojo ideas de seres humanos a los que admiro para entender que el fútbol es un medio, no el fin. Gracias, Jon; el fútbol aparece en nuestras vidas para que aprendamos cosas, y nos dejará cuando hayamos pasado ese examen (o cuando nos tenga que dejar); somos por encima de lo que hacemos o tenemos. Eso de que “el entrenador deja de ser para poder estar” viene al pelo. Gracias, Juanma; la plenitud en general del ser humano que somos nos permite sobrevivir primero para vivir después en el contexto que la realidad tiene reservado para nosotros. Un ser desidentificado podría dedicarse a entrenar en el SXXI, a la cosecha en la Edad Media, a la atención consciente de las enseñanzas de los sofistas en la Antigua Grecia o a la vida nómada del clan en el Paleolítico; a Ser, en esencia, y a interpretar el papel que le tocase en el momento que le correspondiese.
La vida me tiene encerrado en cuarenta y cinco metros cuadrados desde el 14 de marzo. El tiempo pasa, volando, entre lectura, estudio, escritura, conversaciones y ejercicio físico. Si se asegurara el sustento básico (agua y un poco de comida) podría estar así meses, años; sin internet, sin estar en contacto con los demás, requeriría otra adaptación, imagino. Una vida algo más dura para un ser que ha evolucionado en sociedad… a priori. Pero más sencillo si no hay una identificación con nada de lo que importamos artificialmente desde fuera. El fútbol, lo que de unos años a esta parte pasó a ser mi medio de vida, ha desaparecido. No sabemos hasta cuando. El no ser lo único en mi vida hace, por una parte, que lo disfrute con la pasión de un niño cuando aparece (en el formato que sea) y, por otra, que no lo necesite porque, como todo en la vida, a excepción del sustento vital, las necesidades básicas, es innecesario. Quizás en eso resida el invento de la felicidad que desde fuera nos incitan a buscar (empezamos mal: no hay nada que buscar): en ser, por encima de estar, por encima de tener, por encima de hacer.
Querido Jon, brindo por muchas más conversaciones como esa. Porque, como el fútbol, la conversación no es el fin, sino el medio.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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