El inocente que dejé de ser, camino de la sabiduría, sigue siendo un ignorante que solo sabe que no sabe nada y que todo es mentira (o que nada es verdad, según se mire). De este modo, afrontaré tus preguntas, lector, con humildad y desde mi experiencia práctica. Una experiencia, la mía, ni mejor ni peor que la de los demás, y con unos resultados determinados (dependiendo de aquel que los evalúe); una experiencia que, en los últimos tiempos, cada vez más, me suscita un afán por compartir, aprender y, sobre todo, por pasarlo bien. Esa es la clave de hacer lo que hacemos. Con cualquier cosa que hagamos.
De todas las preguntas que me han hecho llegar los colegas después de mi petición, la semana pasada, de contenido para el blog, empezaré por las de un compañero que, a través de las redes, me sugería que sería interesante conocer nuestra intervención como entrenadores a la hora de manejar situaciones adversas que pueden afectar a los jugadores y compartir cómo se prepara mentalmente a una plantilla para sobreponerse a ellas.
De manera general, entiendo que podemos hacernos responsables de lo que decimos. Sin embargo, lo que de lo que se dice se entienda por parte del interlocutor ya no somos los responsables. Y, por descontado, ni mucho menos culpables de la interpretación de nuestras palabras. ¿Por qué digo esto? Por lo que yo interpreto cuando hablo con amigos, aficionados o colegas técnicos acerca de este tema. Espero que ese enfoque mío de la pregunta ayude, cuanto menos, a pensar al interlocutor.
Siempre tiendo a pensar en que nuestro paradigma cartesiano nos lleva a aislar lo que ocurre o a focalizar las causas de las contingencias que nos ocurren de una manera muy concreta, lo que nos lleva a buscar soluciones tan concretas como la hipotética causa. Se nos hace más sencillo pensar en cualquier cosa como un conjunto de partes para así poder encontrar la parte que falla. Y yo intuyo que no es tan sencillo... Si algo he aprendido en el fútbol profesional es que hay una cosa que afecta a todo constantemente (ya hablar de ella de manera aislada hace que mi discurso pierda sentido) donde no puedes fallar, y que además resulta que es algo en lo que en ningún otro aspecto de la vida puedes fallar tampoco: el factor humano. Un factor que te permite estar en paz contigo mismo y que, además, te permite afrontar cualquier aspecto de la vida, laboral, personal, familiar, social, etc., en condiciones de encararlo con garantías de efectividad. Nadie tiene asegurado que no se cometan errores o aciertos, si hablamos de resultados, pero, con humanidad, todas las situaciones se encaran de la manera óptima. Es decir, comprensión, empatía, amor propio y disposición a ponerse al servicio de los demás si estimaran necesaria una ayuda, por pequeña que sea. Y ese trabajo no se enseña en los colegios ni en los cursos de entrenador. Incluso ni con la experiencia habrá quien lo aprenda. Eso requiere la humildad para no saberse inferior ni superior a nadie y la valentía para conocerse por dentro, con nuestras virtudes y nuestras miserias, con nuestras capacidades y potencialidades, reconociendo nuestros miedos y nuestras sombras. Sin culpas. Sin juicios a uno mismo. Perdonándose el "fallar". Solo así uno está preparado para vivir, con mayúsculas. Y, por ende, con unos pocos conocimientos teóricos y la práctica, para el fútbol también. Y ese camino es interior y de
cada uno.
Cuando trabajas en la dirección de un grupo humano como el que conforman más de veinticinco personas que se dedican al deporte de élite, más todos los auxiliares que nos ponemos a su disposición para que puedan dar sus máximos, los problemas son diarios. Y son problemas porque tiene soluciones. No le des una connotación negativa. Es que en una dinámica diaria, con tantas interacciones, las contingencias son constantes. ¿Te imaginas que hubiera un entrenamiento específico o una tarea concreta para cada una de ellas? A mí me pasaba, como alumno, que buscaba la forma de "entrenarlo" todo (lo ajeno al césped, también), de acometer cada necesidad: eso es imposible. Los resultados, sin ir más lejos, no siempre son de victoria (ni para los que lideran la clasificación). Y cada semana hay un resultado. Pero es que cada día hay estados de ánimo, relaciones familiares, situaciones domésticas, económicas, sociales o de cualquier índole que impactan en cada miembro del grupo e, inevitablemente, en el grupo, el cual, a la vez, impacta en ese miembro de una u otra manera. He vivido todo tipo de contingencias en clubes de todas las categorías y siento que si no estamos preparados antes de que pasen las cosas no podremos reaccionar ante lo que el día a día nos trae de manera inminente y sorpresiva. Y eso no se consigue con dinámicas psicológicas ni con ejercicios en el gimnasio. Y sí, también. No hay un método para los impagos, otro para competir con presión de ascender, otro para acometer la pérdida de un miembro del grupo u otra para preparar una final. Siempre hablo de especificidad porque siento que es lo que más te acerca a las condiciones de la competición. Y eso es aplicable al tema de hoy. Especificidad. Habría mil problemas que podrían tocar emocionalmente a un grupo, igual que hay mil formas de poner el balón en juego o de defender cuando se pierde la posesión del balón. Podemos sentirnos seguros planteando dónde y cómo hacemos la presión, pero realmente es imposible llevar a la práctica todo lo que puede ocurrir en esa situación sin balón, por poner un ejemplo. Entrenar el juego, abierto, dar feedback útil, y repetir sobre él nos aporta un aprendizaje significativo. Pues, en el tema emocional, exactamente igual.
Cuando un entrenador da su espacio al jugador, es honesto, cumple con su palabra, mantiene una distancia de respeto hacia el jugador pero se acerca a él con cariño en cualquier momento; cuando tiende a dar antes que a pedir, está a disposición del jugador cuando le necesita, reconoce que también es humano y puede equivocarse y se disculpa cuando hace daño, que a veces pasa; cuando cambia suponer por preguntar, pide cuando quiere algo en lugar de esperar a que adivinen lo que espera de los otros, cuando le importa que las cosas salgan adelante por encima de llevar razón, cuando su palabra vale lo mismo que la de sus compañeros y jugadores; cuando es justo, cuando es humano, cuando todo eso, que es diario, y veinticuatro horas, se pone en práctica, cualquier solución está disponible para cualquier problema. Venga lo que venga. Pase lo que pase. Porque la mejor enseñanza no es directiva (aunque a veces también tenga sentido la dirección). El ejemplo que somos es el que más cala en el de enfrente, pues no podemos dar credibilidad cuando exigimos algo al otro y nosotros no lo damos. Cuando somos un ejemplo en nuestra relación con el grupo desde los valores que he transmitido hoy aquí (con nuestros errores y nuestros aciertos, aprendiendo cada día), no habrá otro resultado que una proyección de los mismos en el colectivo. Así, irremisiblemente, cualquier situación, por conflictiva que sea, por complicada que parezca, dentro o fuera, será trascendida, tarde o temprano, y los miembros de ese grupo habrán crecido y evolucionado a un nivel diferente al que tenían antes de la situación. De este modo, habremos transformado un problema en una oportunidad.
Mucha vida. Mucho amor. Mucho Fútbol.
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