"El fútbol es pa´ listos". ¿A quién no le han dicho esta frase alguna vez? Nunca me gustaba escucharlo hacia mí, me hacía sentir un tonto...Tenía sentido cuando hablábamos de la capacidad de ver más allá de donde veían los demás, de anticipar un movimiento, de adivinar dónde iba a caer el balón. Sin embargo, hay una incongruencia demasiado grande cuando ese fútbol de "listos" se refiere a engañar a los árbitros.
Arbitrar es una labor difícil. Quizás no requiere del talento que requiere el juego (aunque seguro que hay quien tiene mayor habilidad a la hora de impartir justicia) y es entrenable. Pero eso no es óbice para que entendamos su dificultad y comprendamos a los colegiados, imprescindibles para nuestro deporte y, sin duda alguna, de un nivel cada vez mayor en el arbitraje, al menos, en Europa, que es lo que nos pilla más a mano. Lo que vivimos en nuestras carnes día a día. Y adquiere una importancia mayor aún en base. Ese es mi punto de partida.
En la educación deportiva que va indefectiblemente asociada al deporte en los primeros pasos de los niños (tolerancia al fracaso, entender el error como parte del aprendizaje, aprender a gestionar la victoria respecto a un rival, respeto por el que se enfrenta a ti para que puedas desarrollar tus potenciales o, a efectos más prácticos, higiene deportiva y asociación- colaboración con otros iguales, por poner algunos ejemplos), el respeto a la figura del árbitro es capital; un árbitro cuya labor es, principalmente, la de ayudarte a que puedas practicar tu deporte favorito con garantías de que ninguno de los dos contrincantes va a sacar ventaja de nada que no sea su propio rendimiento deportivo. ¿Puede agradecerse más la intervención de un tercero que en este caso? Visto así, habría que tenerlos en un pedestal. Si fuéramos completamentes honestos y actuáramos de la mejor manera por el mero hecho de hacer lo correcto, no habría juicios ni juzgados (ni árbitros); y si, además, evitáramos cometer faltas, en general, en la vida, por el mero hecho de que cometerlas puede perjudicar a uno mismo y a los demás y no por no ser sancionados, estaríamos en vías de iluminarnos como raza, como especie...Pero estamos muy lejos aún de eso (aparte de que las infracciones serían parte del juego y de la vida incluso en un juego y una vida modélicas donde no hubiera intencionalidad infractora). Y no va a cambiar, o eso parece, a corto plazo. En el fútbol desde luego que no. De este modo, el árbitro será un protagonista importante mientras no se invente un sistema infalible ante las infracciones del juego, por lo que aprender a convivir es necesario. Y esa convivencia comienza, como no, en la educación de base. En el hábito diario en eso cerebros hiperplásticos y esponjosos de los pequeños que empiezan a dar sus primeras patadas.
Todos estamos de acuerdo en transmitir a los niños la pasión para que el juego fluya y que en los lances de juego se dispute cada acción en buena lid y que gane el mejor; en que las infracciones que se den sean las marcadas por el árbitro, que para eso está, sin necesidad de hacer "teatro" o simular una caída para provocar una falta o un penalti; ni que decir tengo de las amonestaciones o expulsiones por agresiones inventadas. Y es en este "teatro" donde me voy a parar. Si desde pequeños transmitimos el ser honesto y dejar que el árbitro señale lo que considere oportuno, en adultos es difícil encontrar sanciones ante faltas donde no haya caídas, expresiones de dolor o ademanes de echarse la mano a una parte del cuerpo donde, supuestamente, se haya sido golpeado por el oponente. Se da, de esta manera, la singularidad de que si bien los árbitros demandan la ayuda del jugador para no "actuar" y así engañarle, y a los niños les educamos en la honestidad, al llegar al fútbol sénior nos encontramos que no hay penaltis si no hay caídas flagrantes, no hay faltas si el jugador agredido hace por seguir con el juego o se dejan sin sancionar infracciones si no se oye un "¡ay!" que deje helado al respetable por la, a priori, sensación de gravedad que trasmite. De esta manera, todo el trabajo de base y la propuesta para ayudar al árbitro en su inestimable labor se echa por tierra cuando, en el profesionalismo, semi profesionalismo o fútbol de competición a nivel regional, donde se mueven dinero y proyectos importantes, se acaba valorando por parte de todos que hay que "teatralizar" las infracciones recibidas por el contrario para que puedan ser objeto de sanción pues, de no ser así, muchas quedarán en el limbo. ¿Por qué hay que caerse para que te piten un penalti? Nunca lo he entendido. ¿Por qué hay que llevarse la mano a la cara si te dan un codazo? Un codazo sin expresividad puede pasar inadvertido. ¿Por qué hay que echarse al suelo y cogerse el pie ante un pisotón? Parece que si no lo haces notar, no duele. Y así con un sinfín de situaciones que provocan que, en el sentido contrario, los jugadores, que saben que esto es necesario para que el árbitro tome conciencia de la sanción, prefieran dejarse caer ante un empujón que es punible pero que no llega a tirarle, aunque le impide progresar lo suficiente para no meter gol (caso del penalti), o se pongan la mano en la cara ante el mínimo contacto con el rival porque saben que será sancionado (caso de las disputas aéres), o griten y se retuerzan de dolor si el pie del rival pasa cerca del suyo porque el volumen y la gestualidad exagerada conllevan sanción (caso de los pisotones). Y es que el VAR solo está en el fútbol profesional; además, no se puede revisar todo; y, como es lógico, los árbitros bastante tienen con observar las acciones con máxima atención y decidir en décimas de segundo sobre qué ha pasado realmente.
¿A dónde quiero llegar? En mi labor proactiva y de servicio, por supuesto, a ayudar a mejorar el fútbol con mi granito de arena. Si hacemos esa labor en canteras y escuelas deportivas para que los chicos solo jueguen y dejen a los árbitros que impartan justicia, sería interesante también invitar a los colegiados a sancionar las infracciones sin que sea necesario hacer una actuación de Oscar. Entiendo, insisto, la dificultad. No se les ayuda. Rompo una lanza en su favor y les animo a señalar también aquellas infracciones en las que el jugador no se queja ni se tira. Estoy convencido de que poco a poco se dejaría de simularlas porque no sería necesario y, además, al darse la vuelta a la tortilla, al "actorazo" se le notaría a la legua, sin necesidad de VAR siquiera. Soy un romántico, lo sé. Soñar es libre. Como decía, mi pequeña aportación apoyando a que los jugadores a los que he educado en fútbol base y con los que he entrenado a nivel profesional disputen sus lances de juego con el objetivo de progresar y que sea el árbitro el que decida sancionar llegado el caso; cada uno que haga lo que está en su mano. Quizás proponiendo esta honestidad en el juego a nivel público me estoy excediendo, pero lo del "Fair Play" de cara a la galería no me va, no me lo creo. Responsabilicémonos cada uno de lo que está en nuestra mano y haremos del fútbol un deporte más limpio de verdad, en base, en el profesionalismo y en la tan difícil labor del los árbitros sin los cuales no sería posible el juego. Agradecimiento eterno a su labor.
Para terminar, destacar las conversaciones que estoy teniendo últimamente con árbitros, asistentes y delegados arbitrales en los partidos. Esa apertura al diálogo entendiendo que la discusión permite a ambos aprender y progresar es de agradecer y nos ayuda a todos. Al fin y al cabo, todos queremos lo mejor para el fútbol, y la puesta en común de ideas y sentimientos nos ayuda a entender al otro; y, cuando le entendemos, cuando le escuchamos conscientemente y le permitirnos abrirse a expresarse sin miedo mirándonos a los ojos, la comprensión es inevitable. Y recíproca; y, por ende, cuando se comprende al otro, es fácil ponerse en su piel y, con ello, cambiar el juicio (la crítica destructiva, la reprobación) a su labor por una mirada de aceptación. Aceptación, como siempre digo, para el fútbol y para la vida, donde el error es tan imprescindible como inevitable componente del aprendizaje.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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