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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Conviene saber...

Actualizado: 23 jun 2020

La primera vez que me enfrenté a Carlos Matallanas, yo ya había dejado el fútbol. Pese a ser de la misma quinta, el destino convino que no nos viéramos las caras en un campo de fútbol hasta la final de Preferente del grupo madrileño de la 2005-2006. Aquella final, a ida y vuelta, enfrentaba a mi equipo, el Soto de Alcobendas, campeón del grupo 1 de aquella temporada en la que conseguí mi primer ascenso a Tercera División como técnico (yo era segundo y preparador físico), al mítico Puerta Bonita, campeón del grupo 2, en el que Carlos era uno de los jugadores importantes. Ambos equipos, ya ascendidos, dirimían, acabada la temporada regular, el campeón de Madrid; al año siguiente nos volvimos a enfrentar en categoría nacional y, posteriormente (hasta 2012), año tras año, me crucé con él varias veces con unos equipos y con otros en el grupo 7 de la Tercera División y el grupo 2 de la Segunda División B; en 2015, estando yo en el Dépor, su famosa conversación con Fernando Torres me caló hasta la médula una mañana libre en la que, mientras trabajaba en casa, entre tareas de entreno y cortes de vídeo del rival de aquella semana, di por Youtube con un enlace que me dejó marcado; solo el año pasado, de manos de Miguel Chamorro y Mere, pude por fin conocer su historia completa, de principio a fin. Hace poco, otro gran amigo suyo y compi mío de mi generación en la cantera del Real Madrid, Javi Escudero, me comentaba la idea de Carlos de escribir algo sobre nosotros. Me he terminado anticipando. Espero estar a la altura.


Tras mi primera temporada en el Dépor, Víctor me hizo el favor de pedir a Juan Carlos Unzué que me dieran permiso para ir a ver entrenar al Barça a Barcelona. Con el campeonato de liga finalizado, el club preparaba la final de Champions League mientras el resto de equipos estábamos ya de vacaciones. Nunca olvidaré el trato hacia mí, aquella mañana de junio, de Luis Enrique y Juan Carlos, mi cicerón ante ese primer encuentro. La humildad y la cercanía que mostraban dos ídolos a un asistente de entrenador al que no conocían de nada me ganó. Tras ese encuentro y generar el contacto, vinieron más partidos en contra, mensajes de vez en cuando y valiosas conversaciones en Sant Joan Despí, congresos y zonas mixtas de estadios de Primera y Segunda División. Hasta en partidos tensos con momentos delicados me llamó la atención la forma de confrontar el conflicto de Juan Carlos, siempre desde la tranquilidad, evitando el enfrentamiento, pero sin esconderse. Todo lo contrario.


Ninguno de los dos necesita altavoz ni notoriedad. Los tienen por méritos propios y son voces autorizadas en el fútbol desde diferentes atriles. Y da gusto leer a uno y escuchar al otro. Por eso este artículo no tiene pretensión alguna. Solo el sentido de que, en una semana como esta, a mí no me apetece hablar de fútbol si no es con ellos como protagonistas. Cada uno (lo digo por mí), en su vida, ayuda en lo que quiere. En su casa o fuera, a sí mismo o a los demás, a favor de una u otra idea, de un proyecto u otro, de la inversión en una u otra necesidad. Yo no pretendo aquí nada más que expresar una emoción inspirado en dos personas admirables. Ojalá, como deseo de todo lo que hago, que sea de ayuda para alguien si lo tiene que ser. A nada más puede aspirar.


Tengo la fantasía de que esta sociedad actual tolera hablar sin tabúes de situaciones que podemos catalogar como tragedia solamente al que es sujeto activo de la misma. A su protagonista principal. No me parece mal, ojo. Si en todo se actuara así, de modo que solo al que supiera de primera mano lo que en la práctica supone algo le permitieran hablar del tema en cuestión, se acabarían los juicios y las críticas poco constructivas de los que no saben nada sobre un tema concreto. Pero, sin ser así, sí que es cierto que siento que ante casos como la enfermedad, el terrorismo o la muerte (por poner varios ejemplos de realidades con las que la sociedad ha convenido corrección política), se ve con normalidad hablar sin tapujos al que sufre el daño, mientras el juicio de ajenos puede incitar a la controversia y el mal gusto . Con la muerte, en concreto, creo que no debería ser así. Y te voy a explicar por qué.


Rescato de la rueda de prensa de Juan Carlos Unzué de la pasada semana, en la que comunicó públicamente que padece ELA, esta idea de la muerte y su aceptación, primero, y otro tema importante para mí, el del victimismo, después. Y empiezo por lo primero. Decía Juan Carlos que hay que hablar de la muerte como parte de la vida. Naturalizarlo. Yo siento, a nivel social, público, en mi entorno, que si alguien que tiene salud, toda la vida por delante y ningún síntoma de enfermedad dijera algo así, su intervención podría parecer hasta de mal gusto, fuera de lugar. ¡Qué sabrá él lo que es sufrir!; en cambio, tengo la sensación de que en total contraposición, el que se viera en una situación en la que su vida peligrase realmente, podría expresarse con libertad sin el juicio del prójimo y tendría el mérito de, ante algo tan duro como poder perder la vida, sacar lo mejor de la situación y valorar la existencia con su inicio y su final. Con aceptación. Yo me siento educado en un miedo que me ha hecho temer morir, hasta hace poco, por ser el final de todo, haciéndome entender la vida como plena solo tras una existencia larga y repleta de cosas que hacer, placeres, experiencias (variopintas y numerosas), éxito y premios. Personalmente, yo, que solo he padecido la muerte de familiares y de algún amigo cercano, y que he vivido el proceso, con muchas papeletas para perder la vida, del cáncer de mi madre en su plenitud vital, no me siento ni más ni menos autorizado para decir lo que pienso: que la vida es un proceso que no se sabe dónde empieza y que no se sabe dónde acaba; que mi aprendizaje y mi intuición me dice que, ese proceso, es infinito y tiene muchas paradas; y que, en cada parada, uno tiene algo que aprender (ni me invento nada, ni soy el primero que lo dice y, obviamente, no surge sino del estudio de otros y de la experiencia de años de toma de conciencia).


El segundo tema, el del victimismo, Juan Carlos lo expresó con más claridad si cabe en la entrevista posterior concedida a la Cadena Cope al manifestar que lo último que quiere es dar pena. ¿Qué se consigue con la pena? Que los demás se apiaden de uno, como si fuera inferior, como si no tuviera la posibilidad de encarar la vida de igual a igual: lástima. Cuando alguien puede hacer algo por sí mismo, querer ayudarle en lugar de dejarle que lo haga por su cuenta es un acto para satisfacer el ego del que ayuda, la necesidad de su intervención; cuando alguien se pone a disposición de otro, en cambio, es un acto de amor. Primero, porque somos uno, y el otro no es más ni menos que tú; segundo, porque permites al otro sacar lo mejor de él mismo para superar un obstáculo, haciéndole más fuerte, haciendo de una situación de inestabilidad, de desequilibrio, un estímulo para su fortalecimiento (se hace antifrágil); y, sin duda, en ese amor, si alguien necesita algo porque por sí mismo no puede, lo pedirá, y ahí es donde nace la cooperación, la colaboración, la ayuda entre iguales. Lo contrario, absolutamente, a una relación de poder.


La vida merece ser vivida (qué gilipollez, ¿verdad? Qué otra cosa, si no... Pues dale una vuelta a la frase porque yo soy el primero que, de vez en cuando, aunque cada vez menos, me olvido de VIVIR).


Te recomiendo la entrevista de Juan Carlos con Juanma Castaño (https://www.youtube.com/watch?v=TTCrsitNKJA). Lo que he tenido la fortuna de haber podido compartir y lo que tengo la fortuna de seguir compartiendo en charlas puntuales o en un mensaje de vez en cuando con Unzué se suma a lo que le he escuchado durante esta semana para reforzarme en varias ideas: la de aprender de él; la de aprender de Matallanas; la de coger cosas, las que sean, de sus recorridos vitales, para llevármelas al mío. Porque hay mucho. Sin adornos ni palabrería; sin peloteos desde el buenismo más rancio que tan de moda se ha puesto en los escaparates sociales de la corrección política; sin psicología positiva de andar por casa; cogiendo al toro por los cuernos, asumiendo la responsabilidad de vivir mi vida.


Yo admiro a Carlos como futbolista. No he podido jugar al nivel que ha jugado él; y a Juan Carlos, al que además he tenido en cromos, chapas y he visto por la tele. Admirable, también para mi profesión, es su ejemplo a nivel técnico. Son maestros desde el punto de vista futbolístico, sí; pero esa maestría cada vez me da más igual. Los maestros de los que más aprendo son los maestros de vida. Las personas que están en nuestro entorno (el que sea, el que afecte a cada uno) para ser un espejo. Espejo que reflejará, a veces, nuestra misma imagen; en ocasiones, la contraria; de vez en cuando, solo un destello de algo que necesitamos ver en nosotros mismos o una muestra de lo que proyectamos en los demás. Espejos, al fin y al cabo, de lo que se necesite en cada momento, si sabes mirar a través de ellos. Para mí, Carlos y Juan Carlos son también maestros de vida que me recuerdan que, como dice Marwan*, "conviene saber que lo único que debes aprender es que vinimos a aprender". Gracias, maestros.



Que tengas una feliz semana.


Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol

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