No sé si conoces a Alejandro Dolina (Buenos Aires, 20.5.1944). Te invito a descubrirlo por ti mismo. Hace ya unos meses de que volviera a él después de tenerle guardado en mi memoria durante muchos años, tras un tiempo en el que le escuchaba con otros oídos, muy diferentes a los que escuchan la realidad ahora. Me subí a sus programas de radio alrededor de 2008, principalmente por el humor, y le he recuperado en los últimos tiempos con el foco en la filosofía, en la reflexión. Escribir cada semana un artículo hablando de fútbol no es fácil si no se abre el cajón de la actualidad. Desde mi perspectiva, ajeno a los medios de comunicación ortodoxos y sin meterme en análisis estrictamente técnicos de la competición, de la que sea, pero de la que se está desarrollando ahora, te reconozco que no me resulta sencillo encontrar temas para escribirte cada siete días sin fallar ni una sola vez; sin embargo, al mismo tiempo, el hecho de poder escribir de lo que me apetezca y relacionarlo con el fútbol hace que se abra el abanico de ideas potencialmente exprimibles para la causa y que cualquiera pueda ser concebida como tal para llevar a cabo esta labor recurrente de compartir contigo lo que pasa por mi mente. Menos mal...Hoy, siendo sincero, debo decirte que llevaba varios días trabado, sin claridad para decidir hacia dónde derivar mis reflexiones. Tengo en cola algunos artículos científicos de Manu Jiménez sobre hormonas y competición (te aseguro que tienen mucha miga, al menos desde donde yo lo enfoco) que devoraré esta semana. Cuando tenía más o menos claro que iban a ser estos los temas de mis próximos post, una chispa ha saltado en mi cabeza escuchando a Alejandro, antes de irme a la cama, en una locución de hace muchos años, no sé la fecha, donde hablaba de la antigua Grecia. No he podido resistirme a enredarme en una de las ideas principales del audio. Dejaremos a Manu para la próxima semana (lo prometo).
Mi agenda de entrenador en paro es más intensa que la del entrenador en activo (tiene narices). Si no me controlo, pierdo la perspectiva y me paso más tiempo fuera de casa que cuando estamos en plena competición, viviendo cada fin de semana en una ciudad. Será que por eso me ha resonado tanto la idea de "hacerse la guerra a uno mismo". Hablaba Dolina de Plutarco, el cual, aludiendo a Demóstenes, decía que hacía que los que le escucharan se convencieran de hacerse la guerra a sí mismos. Idea maravillosa y maravillosa forma de expresarla que me deja cientos de ideas que no pueden desarrollarse en un texto de cinco minutos de lectura, pero que se arremolinan en torno a una idea (siempre desde el parapeto de la muralla desde la que veo mi realidad) que sí puedo sintetizarte y llevármela al fútbol: la de estar continuamente cuestionándome.
Todo momento es ideal para ponerse en entredicho. En mi caso, un cese reciente es ya de por sí una oportunidad para responsabilizarme de lo que hecho. Para tomar conciencia de mi actuación e importunarme en sacar conclusiones desde mí mismo sin poner el foco en lo que han hecho o han dejado de hacer los demás. Sigo. Asimismo, un periodo de paro como este en el que me encuentro es también una oportunidad para tomar las riendas de mi presente (donde se crea el futuro) y, así, cambiar el inmovilismo y la queja que provoca el Ego (la comodidad), en estos casos, por la acción y la proactividad de exponerse de manera continuada a diversos contextos, a diferentes formas de pensamiento, a diferentes perfiles profesionales e ideas de funcionamiento, en este mundillo futbolístico, casi siempre diferentes a las mías, pese a que parezca que en el fútbol está todo inventado.
Desde que fui cesado de mis funciones en el Málaga CF no he dejado de hacerme la guerra a mí mismo. No te voy a decir que no vaya a mi ritmo, que no tenga la fortuna de poder disfrutar de tiempo libre (y de otra manera, además: elegida en vez de impuesta); no voy a ser tan hipócrita. Pero sí te puedo asegurar que han sido seis semanas, estas, donde no he dejado de autoimportunarme, de decir que sí a toda propuesta para preparar una clase, para visitar a un club, o para viajar a donde fuera para mantener una conversación acerca de lo que sea, dentro del fútbol, o no; para preparar un curso, para asistir a una ponencia, o para reunirme con alguien sin el menor interés (de obtener nada a cambio) con el mayor interés (en abrirme a lo que pudiera aprender). Kilómetros de cuestionamientos a lo largo y ancho del país, por tierra y aire, sin un ápice de comodidad intelectual (ni física), con el foco siempre puesto en ponerme palos en las ruedas de mis convicciones, o de apretar el botón de reset de mis ideas más estables acerca del juego, la competición y lo que supone el modelo económico actual sobre nuestro deporte y mi profesión. Hacerme la guerra a mí mismo es incómodo pero muy necesario, tanto para no dejar de evolucionar como para evitar entrar en la autocomplacencia, en el placer por conocerme; hacerme la guerra a mí mismo supone responsabilizarme de que el presente que vivo es fruto del pasado que yo mismo creé y que, mi futuro, sin duda, será la consecuencia de la semilla que plante en este mismo presente; hacerme la guerra a mí mismo supone bañarme en las aguas de la humildad y caminar, a la vez, por las orillas del mar de los imposibles, pues nadie está en disposición de saber lo que de verdad está por llegar; "hacerme la guerra a mí mismo" es la bélica expresión metafórica de una pacífica oda a la rebelión contra la ignorancia y la resignación.
¿Quién se alista a este ejército?
Que pases una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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