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Jugar por jugar

Actualizado: 17 oct 2019

La semana pasada cerraba el post planteándote si en el propio cuestionamiento de las cosas está la respuesta. En la misma línea me cuestiono, como cada día hago con multitud de cuestiones, hoy, algo relacionado, como no puede ser de otra manera, con el fútbol. Y es que no sé si va afectándome la edad, pero empiezo a añorar cosas que vivía "antes" y que, actualmente, empiezan a estar en desuso. Lo que entonces observaba en los mayores ahora lo siento en mí. Es cierto que si nos dejamos llevar por las emociones que nos han impactado en el pasado, tenderemos a repetir la vida pasada. Y no siempre lo merece. Ese bucle se crea no solo con emociones, sino también con sentimientos, imágenes o hábitos cuya repetición acaba creando esas mismas emociones. Ya sea como causa o como consecuencia, unos nos pueden llevar a otros u otros a unos, siguiendo nosotros irremediablemente en los mismos lugares de siempre (recomiendo leer a Joe Dispenza en este sentido). Pero no va por ahí la cosa. Siendo objetivo, y saliéndome de lo que me retrotrae a las viejas emociones de antaño (que no tienen por qué ser lo suficientemente interesantes como para repetirlas, aunque el conocerlas nos haga estar más seguros ), hago referencia a unas características del fútbol que entiendo que se están perdiendo y que lo hacen, a mi modo de verlo, más divertido, más natural, más propio de la actividad que, a todos, cuando éramos niños, nos enganchó otorgándonos infinitas horas de satisfacción, de plenitud. Y la que recoge todas ellas es el "jugar por jugar".


Mis recuerdos de fútbol surgen de los partidos y entrenamientos a los que me llevaba mi padre cuando apenas era un retoño, los resúmenes de los partidos de liga en televisión, las retransmisiones de los mundiales, los libros de fútbol sobre la historia de este deporte...Como jugador, además, viví una transición de los años 70 a los 80 y de los 80 a los 90 que trajo al fútbol versiones muy diferentes de un mismo fútbol: sin ir a lo que yo no viví (aquel en blanco y negro), el cambio del fútbol "moderno" de Brasil, Argentina y Holanda a la zona de Sacchi fue el primer salto cualitativo importante que percibí; pero empezaron los 90 y se acabó la cesión al portero, algo que hizo del fútbol prácticamente un deporte distinto al de décadas anteriores; y ya en los 2000, tras una década de un fútbol más profesionalizado, más universal, más económico (Champions League, campeonatos de selecciones con mayores ingresos, nuevas tecnologías, derechos de imagen, patrocinadores y mecenas, etc.), el S. XXI continúa imparable hacia la tecnificación y mejora del rendimiento en todos los sentidos, desde el propio nivel físico del jugador hasta los presupuestos astronómicos en las grandes competiciones que aumentan la posibilidad de invertir en I+D; desde la tecnología actual en tratamiento de vídeo e inteligencia artificial hasta el Big Data. Pero a mí, humilde técnico al que le gusta el césped, el balón, me ocupa el juego por encima de todo, y en eso me centro.

Tengo una fantasía surgida después de un partido que observé este año en fútbol profesional que quiero compartir contigo. Esta fantasía está relacionada con la sensación de que la profesionalización de todos los que estamos en torno al jugador y de la cantidad de información utilizada, así como la intervención, sobre todo, directiva, de los técnicos, buscando sacar el máximo partido al equipo en base a las carencias y virtudes de los rivales, haciendo que ningún detalle se quede sin "controlar" en la preparación de la competición, hace que los jugadores dejen de "jugar por jugar", en positivo, a "jugar por jugar", en negativo. Me explico. "Jugar por jugar", en positivo, es para mí que el propio juego sea el motor de la motivación y la competitividad. Que, como cuando éramos niños, nada nos suponga un esfuerzo porque el propio juego fluye, surge de manera natural, nos mueve a quitarle el balón al contrario y atacar, a evitar que nos roben y proteger nuestra portería. Un juego que no tenía fin, que no cansaba, que solo estaba limitado por la hora, la luz o la llamada al orden de un mayor, en la calle o en el cole; "jugar por jugar", por su parte, en negativo, es para mí hacer una labor como jugador, cumplir una misión, limitarse a repetir lo que un entrenador ha marcado, especializarse en funciones concretas y jugar al fútbol con un inicio y un final marcado (e ilusorio, sin duda) en cada acción. Como autómatas. Como ejecutores de un nivel altísimo, en todas las facetas (pues cada vez los futbolistas tienen mayor capacidad, más habilidades, mejor técnica) pero sin "leer" el juego, sin la atención plena a lo que pasa, sin fijarse en donde el oponente falla para ver cómo hacerle daño...¿De dónde surge todo esto?


Como decía, viendo un partido profesional observé que los jugadores de un equipo tenían un comportamiento con balón ante la oposición rival que, curiosamente, no respondía a la interacción con el propio rival, sino a algo preparado; y, a su vez, el rival defendía también en base a otros factores más relacionados con su planteamiento que con lo que estaba pasando. Es decir, lo que me surge es la duda de si la observación del rival, por ejemplo, tan exhaustiva, tan metódica, de cada situación, podría llegar a provocar (pongamos esta situación hipotética) que el equipo A tuviera comportamientos con balón para afectar a B, más por lo que ellos saben a priori de B que por otra cosa, en lugar de condicionarle y actuar en base a lo que está sucediendo en el juego, a su respuesta, y que, por su parte, el equipo B hiciera lo que había planteado a priori en base a lo que conocía de A, pese a que A, efectivamente, estuviera teniendo un comportamiento que exigía una respuesta diferente; y lo mismo si la referencia fuera nuestro propio equipo y nuestro modelo. Así, nosotros, equipo A, podríamos tener preparadas ciertas situaciones pero, aunque B mostrara un comportamiento para el que lo preparado no serviría, sin embargo, las seguiríamos desarrollando, dando prioridad a cumplir lo planteado por el entrenador por encima de jugar, con lo que supone jugar. Aspectos como engañar al rival, atraerle, contrarrestar sus movimientos, darle o quitarle espacio, encararle para superarle, ofrecerle zonas donde se sienta más débil, aprovechar sus carencias más evidentes, atender a una oposición cercana para saber por dónde se le puede robar y cuál es su pierna dominante...Jugar, en definitiva. Estar metido en el partido, disfrutar del juego, aprovechar las virtudes conociendo a los compañeros, sabiendo lo mejor y lo menos bueno de cada uno para ser efectivos y lograr la victoria.


La información de la que disponemos en la actualidad es abrumadora. La cantidad de datos, imágenes, estadísticas y plataformas para monitorizar todo lo que podemos obtener del entrenamiento y del juego es infinita. La clave no está, cuando todos tenemos acceso a toda la información, en la información en sí. Lo que marca diferencias es lo que se hace con ella (si es que hay que hacer algo) y qué ventaja obtengo con respecto al rival de su uso para que el equipo débil gane al fuerte; para que, de los fuertes, uno parta en ventaja. Últimamente, como el abuelo "cebolleta" que me siento cuando hablo del pasado, fantaseo con un fútbol donde no estuviera permitido el scouting. ¿Te imaginas? Un fútbol donde, como antes, llegabas al partido, como mucho, con la información de lo que tú conocías, por experiencia, del entrenador al que te enfrentabas o de los jugadores contra los que jugabas (porque te había entrenado, uno, o porque habías compartido vestuario con ellos, otros), y donde eran relevantes datos como que el banda derecha era zurdo o que el lateral convertía los saques de banda en centros al área. Un fútbol donde cada semana se entrenaba sin saber a qué te enfrentabas, con lo que el día a día te tenía que preparar para cualquier sistema, para cualquier defensa, para cualquier rival. Entrenar sin saber a lo que te enfrentas es pura incertidumbre, pero también saca el instinto competitivo más grande: la supervivencia y, como no, la adaptación. Asumir la responsabilidad de que desde fuera nadie te puede ayudar cuando te enfrentas al rival de turno porque tú eres el que aciertas o te equivocas, el protagonista de que la balanza se incline hacia uno u otro lado sin ayuda de nadie más que tus diez compañeros. Jugar por jugar, disfrutando del juego en la dificultad y en las situaciones sencillas.


Desde la experiencia, conocer al rival y a tu propio equipo tal y como lo conocemos ahora, no solo por percepciones subjetivas experimentadas en el día a día, te permite preparar estrategias previas, intentar promover el engaño o adelantarte al del rival, a priori. En realidad, no deja de ser lo mismo que lo que hacíamos para sorprenderles cuando no teníamos información y esperábamos que no supieran nada de nosotros. En el fondo, es lo mismo, pero de otra manera. Antes sin saber nada. Ahora, sabiendo todo. Pero en ambos sin la certeza de que pueda pasar exactamente lo que imaginamos previamente. Yo, particularmente, prefiero lo de ahora, es decir, disponer de todas las posibilidades. No lo voy a negar. Así podré decidir qué hacer con ello. Lo que es un avance al alcance de todos no deja a nadie en desventaja. El condicionamiento exacerbado, sumado a la iniciativa del entrenador por encima de la del jugador, es lo que yo "echo de más". Y lo "echo de más" porque, en mi opinión, hace al jugador irresponsable, le quita libertad, desdeña la creatividad y fomenta un fútbol automático de causa-efecto simplista que no se ajusta a la realidad del juego, a la incertidumbre. Así, encontramos esos comportamientos sin sentido de los que hablaba en el inicio en lugar de un fútbol de tú a tú donde el factor sorpresa y la habilidad (no solo técnica y con balón) impere. Con organización, con entrenamiento, con patrones, por supuesto. Con la práctica y la experiencia sobre distintos sistemas o el conocimiento de las características de los compañeros, sacando partido a unos potenciales, porque eso se entrena, eso se analiza, eso necesita de feedback. Pero con el jugador como centro. Con el juego como motor principal. Jugando por el mero hecho de seguir jugando. No es necesario más (ni menos).


No sé por dónde irá el fútbol pues, como la vida, actualmente, va muy deprisa. El futuro ya es pasado y el presente nos abruma a una velocidad que, al que para, arrolla. Parar. Algo imprescindible (evitando que te arrollen, claro) para echarse a un lado, mirar cómo pasan los demás como aviones y valorar, desde esa posición de calma, conscientemente, si la vida merece vivirse circulando por ese itinerario por el que veníamos a un ritmo brutal o escoger ese camino que, curiosamente, desde esa posición tranquila, se observa apetecible y que, curiosamente, también, al ir tan rápido, no nos permitía percibir la salida que nos llevaba hacia él.


Que pases una feliz semana.


Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol.


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