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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Lo que de verdad importa

Actualizado: 24 mar 2020

En momentos como este, el fútbol puede ser un salvavidas ficticio porque anestesia, pues te extrae de la realidad por momentos (por hora y media, o días enteros, depende de cada uno). Te hace identificarte con un sentimiento, unos colores, un grupo con un interés común y te introduce en un estado de flow. Como lo hacen el cine, el teatro, la música, la literatura o cualquier habilidad o pasatiempo que exija atención plena, por supuesto (entiende la comparación. Cada una de las cosas que he mencionado aporta diferentes valores, y diferentes también para cada uno de nosotros en función de lo que sentimos, de nuestra cultura o de nuestro recorrido vital. Míralo en positivo).


Lo que no puede el fútbol, en mi opinión (y ahí es útil saber entender cada contexto y cómo funcionar en él sin identificarse tanto como para que no te permita ver más realidades), es ser un salvavidas real. Y este confinamiento, esta pandemia, esta lucha universal por la supervivencia retransmitida en directo, minuto a minuto, globalizada, lo que me muestra a las claras es que a nadie le importa el fútbol cuando su vida está en juego. Me parece una obviedad, ¿no? Sin embargo, como esta situación es única, y única y completamente novedosa va a ser la respuesta ante ella, mi intuición me dice que hay algo muy positivo ahí; positivo en todos los ámbitos y para todos los estamentos, para todos los que somos parte del deporte, con el aficionado situado por encima de todos nosotros.


En la situación actual, donde no sabemos cuándo estaremos lo suficientemente sanos, colectivamente, para volver a la vida normal (si es que vuelve la vida a la normalidad que acostumbraba o nos toca adoptar otra realidad), el que se reanude el juego nos “importa” más a los que vivimos de ello. Los intereses económicos, las pérdidas que puede acarrear el no cumplir con los contratos de televisión, las entradas que no se venden y las que hay que devolver, los vuelos, los hoteles, los bares, los restaurantes, los, los, los… Conllevan una situación caótica que no tiene parangón (literal), pues no se asemeja a ninguna de las crisis ni bursátiles, ni económicas, ni sanitarias que haya vivido la población mundial (al completo, ojo) en ningún momento de su historia. De ahí que me resulte llamativo, aunque lo vea completamente lógico, que se luche desde los estamentos por asegurar el desarrollo de las competiciones. Lo veo lógico desde la comprensión. La comprensión hace referencia a la capacidad para ponerse en el lugar del otro y aceptar que, si fuéramos el otro, haríamos lo mismo. Con sus ideas, con su conocimiento, con su capacidad, con su momento vital y su responsabilidad, sus acciones no son otras que las únicas que pueden ser. De ahí que el juicio sobre. Eso no es óbice para pedir responsabilidades, para exigir la toma de las mejores decisiones. Todos en nuestra labor necesitamos auditores y evaluadores, internos y externos. Desde luego. Solo es que, con la comprensión como principio, que el caballo de batalla de los dirigentes del fútbol sea poder asegurar que todo se reanude lo antes posible, en las condiciones más parecidas a donde lo dejamos, y que el batacazo no reviente el sistema, que siga siendo viable (insostenible, me temo, ya lo es. Seguir igual, inexorablemente, nos va a hacer seguir alimentando su insostenibilidad) me parece chocante.


Lo que yo siento es que el núcleo de esto no va de comprender, sino de entender. Si comprensión era lo anterior, entender supone un ejercicio más complicado, pues hace que tengamos que cambiar nuestro paradigma para intentar entrar en la forma de ver las cosas de los otros, y poder asimilar desde dónde están pensando y actuando. Tanto con las personas como con las realidades. Y he aquí que, por nuestra parte, me da que no se está entendiendo lo que pasa cuando veo lo que se está haciendo para intentar que el fútbol no se vaya a la mierda. No que no se esté entendiendo lo que ocurre en las cabezas de nadie, sino que no se está entendiendo lo que ocurre en la realidad.


Las cosas son como son, no como queremos que sean. Puede ser muy interesante el contexto profesional, mediático y social que hemos creado en torno al fútbol, pero puede que no se soporte. Quizás el paraguas de la televisión es como poner todos los huevos en la misma cesta. Ese potencial que pensábamos infinito puede que no sea capaz de soportar la exigencia de sostener el deporte a nivel planetario. Creo que no me equivoco al mencionar que el grueso de los presupuestos lo soporta la televisión. Con las entradas (hay clubes regalando abonos por fidelidad), la venta de merchandising (hay equipos de Serie A italiana que solo venden 5000 camisetas al año) o partnerships, amén del resto de atípicos, no se sostienen los contratos top. La tele es la energía del fútbol y es un riesgo que se vaya al traste. Pero no quiero enzarzarme en este tipo de explicaciones. Yendo al grano, entender, para mí, esta situación, supone dejar de intentar controlar algo incontrolable. Es como una lección más de la vida para que no nos metamos a hacer de Dios. Podemos fijar fechas y poner referencias para reanudar campeonatos o disputar encuentros. Lo que queramos. Pero no sirve de nada. Ante una enfermedad que nos va a hacer estar en casa hasta que ella quiera, ponernos citas a medio plazo supone trabajar dos veces, pues tocará cambiarlas y buscar otras cuando nos demos cuenta de que seguimos encerrados. Con las referencias de China e Italia, a día de hoy, quince días de encierro no se los cree nadie. Si no ceñimos a esos casos, nos podemos plantar en mayo tranquilamente. ¿Quién dice que tendremos controlados para entonces a todos los enfermos?¿Nos vamos a hacer la prueba TODOS los españoles? Si los contagiados pueden contagiar a gente sana, y los recuperados también, ¿cuándo poder decir que, ahora, ya, estamos en disposición de hacer “vida normal”? Las fechas se van alargando; por otra parte, los futbolistas no pueden prepararse para competir haciendo bici, cinta o ejercicios de musculación en su casa. Necesitarán varias semanas para volver a sentirse cómodos con el balón ante situaciones de juego, pues solo lo específico prepara para el juego. Jugar, por supuesto, podrán jugar. Pero, más allá del riesgo lesional, que no es lo único que me preocupa, el nivel del juego va a distar mucho del máximo nivel que pueden dar y, obviamente, nadie querrá competir lejos de su potencial. Paciencia.


Entender la situación supone asumir las responsabilidades pero dejarse llevar por el río. Querer ir contra corriente nos va a fatigar y nos puede ahogar. Busquemos las orillas del río y dejémonos arrastrar hasta encontrar una rama a la que agarrarnos. Pero no queramos controlar lo incontrolable. El ser humano busca una vacuna para esta lacra. Los que dirigen los gobiernos tienen una tendencia similar a nivel económico que muestra que tampoco están entendiendo que querer manejar a la naturaleza para que los intereses económicos prevalezcan es no haber entendido nada. La realidad cambia, constantemente y de manera caótica, aleatoria e incontrolable. Es doloroso el no aceptar lo que ocurre y adaptarse a ello en lugar de querer, por cojones, que lo que nosotros veníamos haciendo se siga desarrollando igual que hasta ahora y que el mundo sea el que se adapte a nosotros. Qué error tan grande… El virus no entiende de países, fronteras, temporalidades, contratos o conveniencias. El virus (lo que ahora es un virus podría ser un terremoto, una intoxicación, un atentado, una burbuja inmobiliaria o una guerra: solo es la cerilla que enciende la mecha. Si no entendemos eso, no aprenderemos) fluye y hace su labor. Solo entendiendo qué pasos son los primeros a dar y qué es lo importante, podremos fluir con él y seguir viviendo.


Seguir viviendo. No volver a nuestra rutina, no. Seguir viviendo. No sabemos lo que será de nosotros, solo tenemos el presente. Y en el presente, el reto es derrotar al virus. No podemos estar pensando en el fútbol, en los contratos, en cuándo empezar un campeonato, si no tenemos la supervivencia asegurada. Si no sabemos quiénes nos vamos a quedar. Si no sabemos si los que estemos aquí vamos a poder volver a nuestros equipos, clubes, empresas o lugares de trabajo para continuar todo donde lo habíamos dejado. Entiendo y comprendo a los que mandan porque tienen una responsabilidad (todos deberíamos hacerlo. Es un acto de amor propio y amor al prójimo), pues deben rendir cuentas a los aficionados y profesionales a los que dedican su trabajo, de cara a que el fútbol siga su curso. Pero, por desgracia, da igual lo que hagan. No sabemos cuándo parará esto y no sabemos cómo será el mundo después. Quizás todo siga igual, pero quizás no. El hecho de que todo haya sido de una manera siempre no implica que no vaya a dejar de serlo. Nassim Taleb, en “Antifrágil”, muestra el ejemplo del histórico de la vida del pavo, el cual es feliz toda su vida pero que, un día, sin que él sea consciente, muere para el día de acción de gracias; ejemplo de que lo que siempre ha sido de una manera e, históricamente, es estadística y matemáticamente una irrefutable correlación, si atendemos desde ese acontecimiento para atrás (en ese caso, que la vida del pavo es hiperfeliz), claro, puede sin embargo que un día deje de serlo, aunque rompa todos los datos estadísticos.


A lo mejor el día de acción de gracias ha llegado para nosotros. Espero que no. Solo siento que esto es una oportunidad y que lo lógico sería ir dando pasos y no exigirles a los que mandan más de sus responsabilidades, más de lo que pueden controlar. Y aceptarlo e ir por partes: primero, identificar todos los puntos débiles del virus; después, curar a los enfermos y evitar que se contagie mucha gente; y, cuando todo esté controlado, ver cómo estamos y qué podemos hacer a partir de ahora. Y todo desde la responsabilidad de cada uno, haciendo cada uno su parte (quedémonos en casa, por favor).


La realidad nos da un baño de humildad a todos los que trabajamos en fútbol. Ya no somos lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero. La pirámide de Maslow nos pone en nuestro sitio y, por mucho que nos duela, cómo no, salvar la vida es prioritario. Cuando todos estemos sanos, cuando podamos decir que esto se ha superado, será cuando podamos ver dónde estamos como colectivo y como individuos, así como si la ruina de todos nos lleva a una economía de trueque o el sistema se adapta para seguir por los derroteros que llevaba, pero de manera diferente. Mientras tanto, que esa no importancia del fútbol nos sirva para entretener nuestros momentos de aburrimiento (el que los tenga), para aprender (del propio fútbol o de la vida) y para encontrar desde ahí una forma de relacionarnos y entender la realidad y a nosotros mismos que nos sea útil. Una metáfora de la vida. Yo lo uso. Y funciona.


Que tengas buena semana.


Mucha Vida y mucho Amor. Y también, que sí, mucho Fútbol

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