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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Quince minutos de fama

Recuperando la cotidianidad vuelvo a tomar contacto con hábitos que, por temporadas más o menos largas, dejan de serlos cuando la vorágine del fútbol de élite me extrae, de manera indefinida (pero siempre efímera, por lo menos a la luz de mi experiencia), de la vida "normal", del día a día del ciudadano de a pie, fuera de horarios de entrenamientos y análisis, vuelos y hoteles a deshora, o partidos por televisión cualquier día de la semana (menos los lunes); hábitos, rutinas o costumbres hechas leyes para la inmensa mayoría y que, para un servidor, hacen de un domingo de comida en casa familiar un evento extraordinario (otro motivo para cuestionarnos las escalas de valores del tiempo y los espacios...).

Pero no me alejo del fútbol. Del fútbol para el entrenador. Ese lugar en este deporte en el que la realidad es que ya no eres protagonista principal, pero donde la responsabilidad es inversamente proporcional a tu impacto directo en el resultado (no tiro piedras contra mi tejado si afirmo esto cuando no tenemos la posibilidad de golpear al balón o de evitar un contrataque. Tú eres buen entendedor y ya me conoces lo suficiente). Pues bien, ese lugar, el del entrenador, corresponde al espacio que ocupa un trabajo intenso y, salvo en muy valorables excepciones, de breve duración. Hoy me quería enredar en las sensaciones que las experiencias en los equipos de élite que he ido viviendo han ido horadando en las estructuras de mi mente (y en las carnes de mi cuerpo, todo sea dicho: al que no hace por cuidarse, estas le consumen la vida misma).

No puedo dejar de pensar, cada vez que paro, cuando echo el freno a la rueda del hamster en la que el mundo nos tiene rodando y tomo conciencia de dónde estoy, que si me dijeran cuando dejé de jugar al fútbol y empecé a estudiar que, a estas alturas, habría trabajado en todos los clubes donde lo he hecho, hubiera firmado incluso que estos hubieran sido menos y que hubieran llegado más tarde; realmente, y solo hay que ser honesto con uno mismo y tomar conciencia de dónde estaba en aquel momento, la dificultad que estriba en la estrechez del cuello de botella en la que entramos todos los profesionales que nos dedicamos a este negocio me hacía valorar de muy buen grado el hecho, ya, de poder vivir honradamente del fútbol (dónde y cómo fuera) y el aliciente egoico y orgulloso de poner la guinda al pastel, algún día, disfrutando de alguna experiencia en el fútbol de élite. Insisto, y no tiro piedras contra el tejado de mi autopercepción ni la valoración que yo pudiera hacer de mi potencial: es que es difícil de...de verdad, muy difícil.


Una sensación a la que he llegado con estos años que me ayuda a tomar conciencia del Ahora me la han aportado los grandes clubes que he tenido la fortuna de disfrutar. Equipos como el Dépor, Olympiacos, Betis y, como no, el Málaga, siempre han sido una referencia para un aficionado al fútbol como yo. La épica que de niño me suscitaban las grandes citas europeas, los enfrentamientos por televisión o en directo, los títulos ganados o la imagen de sus increíbles estadios me hacían anhelar, en un futuro, el tener la suerte de entrenarlos. Si en los años de estudios y prácticas como entrenador me hubieran prometido media temporada en alguno de ellos hubiera dado lo que fuera por vivir aquello. Y, de repente, ahora me doy cuenta de que no es que vaya a lograrlo algún día: es que ya ha pasado... Cuando llegas, en la élite, a un club, acabas de abrir la puerta de salida: solo falta ponerle fecha. Las experiencias en cualquier otra profesión (por lo general, ojo) suelen ser las de trabajos de los que, o bien te marchas tú, o bien con el tiempo cambian de sentido, se hacen diferentes, se adaptan o provocan tu adaptación (por despidos también, por supuesto). El asalariado que soy, y que ha sido autoempleado, autónomo, empresario y trabajador por cuenta ajena, hasta en tres trabajos a la vez en algunos momentos, te habla con conocimiento de causa. En el fútbol profesional esto no es así. Son muy pocos los entrenadores con estabilidad. Se cuentan con los dedos de una mano. Si a esto le sumas los miembros de los cuerpos técnicos que, cada vez más, viajan en conjunto, hay que hablar de pérdidas de empleo de grupos de trabajo de muchas personas (dos o tres, mínimo; y son los menos). De ahí que lo común en nuestro entorno sea que estemos muy poco tiempo en los sitios; de ahí que hable de que la firma de un nuevo contrato pone en marcha la cuenta atrás de tu despedida.


Cuidado con las expectativas, dice Leiva. Son las grandes causas de depresión por lo que pudo ser y no fue, y las madres de las ansiedades por la espera de un porvenir solo real en tu imaginación. A toro pasado, ya es tarde para lamentarse de las tomas de decisiones: es tiempo de aprender de las experiencias; por el contrario, pensar mucho, a priori, es una ruina: racionalizar todo y planificar a conciencia (fíjate quién te habla de planificación...) no es sinónimo de éxito y te desenfoca del presente. Conclusión: presencia. Los clubes por donde he pasado me han enseñado, en cada experiencia un poquito más, a saborear cada instante que me otorgaban trabajando para ellos como un premio en sí mismo; a ubicarme en el agradecimiento diario de ese regalo que era un día más en esa ciudad deportiva, en ese autobús, en ese estadio, en ese túnel de vestuarios, en ese contacto con tanta gente maravillosa, en esa interacción con los aficionados. Pensar que el sueño de vivir otro equipo de élite puede terminar mañana me ha hecho disfrutar más de mi trabajo y, por ende, o así al menos lo siento, ayudar de una manera más efectiva al que tenía a mi lado. Al que fuera. Y, por supuesto, como no, al futbolista.


Siento que este nivel de intensidad y de exigencia, así como de responsabilidad, requiere atención plena. Más si cabe que cualquier otra actividad. Más que nada por la repercusión y la complejidad, por la de gente implicada, por la de factores que entran en juego, por la multitud de intereses, por el impacto de los resultados; siento también la fortuna de pertenecer a un colectivo donde, en los niveles de élite, los despidos no son tan trágicos (te habla alguien que sabe lo que es trabajar sin que le paguen o tener que renunciar a sus cantidades en más de una, de dos y de siete temporadas fuera del profesionalismo, con sueldos que no llegaban a veces al salario mínimo y otros que no llegaban como para trabajar en una sola profesión...No voy a hacer un drama de un despido); ojalá algún día pueda trabajar sin necesidad, solo por pasión, sin importarme el dinero, pero siento la fortuna de que la pasión está siempre presente, con dinero o sin dinero; y siento que esta rotación de personal, esta rueda de entrenadores que no para (y que es un contagio mundial, de todas las ligas) tiene algo muy positivo, y es que permite a más profesionales disfrutar de la élite, de grandes estadios, de grandes competiciones, de grandes futbolistas; concede a más entrenadores y cuerpos técnicos disfrutar del show. Es como si, parafraseando a Warhol, el fútbol concediera, a todos, esos quince minutos de "fama". De ahí que me centre en la presencia, en saborear la entrada en un gran club sabiendo que casi ya ha pasado, en disfrutar con lo que se tiene en este mismo instante.

A mí la élite me divierte. Viví sin ella y podría seguir viviendo sin ella, pero me sigue apeteciendo disfrutarla. Me alegra que en mi salida de los sitios haya espacio para otros profesionales que, debutantes o no, con tanta o más preparación, puedan disfrutar de esos lugares, de esos espacios, de este juego. Yo, desde mi posición, puedo decir que mis expectativas se han superado con creces y, como tampoco siento que estemos en disposición de decidir siempre dónde queremos estar, me sigo preparando para ser la mejor versión de mí mismo y poder atender, en el próximo reto, a la responsabilidad más alta posible. No siempre depende de mí el punto de llegada, ya te digo; más bien, casi nunca. Pero, si hay algo que dependa de mí, eso es prepararme como si fuera a llegar al sitio más complejo y de mayor exigencia al que pueda llegar, y vivir lo que toque, Champions o liga escolar, con la mayor ilusión. Sea lo que sea aquello que venga, será un regalo.

Cuidado con las expectativas. El que no espera nada y está abierto a todo tiene en la mano la llave de su tranquilidad y de su bienestar. De la paz. Ese (el de la paz personal), aquí te lo aseguro con toda certeza, es el equipo del que no me quiero marchar jamás.

Que tengas una feliz semana.


Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol

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