En el lateral de uno de los campos de entrenamiento de la Ciudad Deportiva del FC Barcelona, junto a la entrada a vestuarios, una vez terminado el entrenamiento del primer equipo y solos, sin nadie más alrededor de nosotros, de estos dos románticos del fútbol, en ese espacio de césped más cercano a la sombra que proyectaba la grada pero que permitía calentar al sol (un agradable y cálido sol de invierno de una mañana de febrero) nuestro cuerpo entero, de arriba a abajo, resuena en mi cabeza, como si fuera mío, familiar, como de toda la vida, un concepto que nunca jamás había procesado mi mente por ser este la primera vez que mis oídos lo escuchaban: el Mundo del Amor... Tan nuevo para mí (expresado así, y en ese contexto, entiéndeme) y a la vez tan naturalmente percibido por mi parte, que no hizo falta ni una milésima de segundo, ni una repetición, ni la mínima explicación siquiera para que lo incorporara inmediatamente a mi Ser y para que, a la vez, me incorporase yo sin dilación a ese Mundo del Amor que preconizaba el gran Jon durante la deliciosa conversación que manteníamos.
El fútbol puede ser lo que tú quieras que sea. Como la vida. Como la realidad. Desde la mía, observo que ha sido necesario un recorrido de tres decenas de años para vivir las cosas de manera consciente; es decir, para no andar por la vida en "automático". Cuando he hablado aquí, sin ir más lejos, del aprendizaje, el recurrente tema de crear hábitos nos hace entender la paradoja de que, para lograrlos, hay que hacer muchas veces algo de manera consciente (por ejemplo, hacer la cama cada día), sin fallar ni una sola vez, para que el cerebro cree nuevas conexiones que conviertan algo que surgía de manera aislada y por intuición o instinto, necesidad (lo que fuera), en algo constante que no hay apenas que procesar porque se instaura dentro de una rutina incrustada en tu proceso diario; esa paradoja a la que me refiero es que para que algo que entendemos positivo para nosotros salga de manera inconsciente, primero hay que hacer el "esfuerzo" (qué poco me gusta la palabra. Tómala como algo que aún tenemos que pensar antes de hacerlo adrede) de repetirlo conscientemente tantas veces como sea necesario (los famosos 21 días) y se habrá convertido en algo que surge inconscientemente. Es decir, darle luz a lo que hacemos sin pensar, decidir si queremos seguir haciéndolo así o de otra manera, y poner el propósito en repetir algo que queremos que se instaure como habitual. El gasto energético que requiere hacer algo de manera inconsciente es infinitamente menor que el que supone hacer algo conscientemente. Así es nuestro sistema nervioso...Tiene un sentido de ahorro, de supervivencia. Por eso, como los animales, si no parásemos a cuestionar con la razón lo que hacemos, o no tomáramos conciencia de nada, responderíamos solo a los instintos, a la intuición. Ojo, qué importante es esa intuición, controlar los instintos y satisfacerlos cuando sea imprescindible (para eso resulta esencial el equilibrio entre nuestro cerebro racional -ese neocórtex- y los cerebros límbico y reptiliano, según el modelo de "los tres cerebros". Leer a Damasio), dejando que esos marcadores somáticos que sentimos en el cuerpo cuando vivimos emociones convivan con la razón para nuestra toma de decisiones. Y todo esto para explicar que, durante más de 30 años, insisto, yo he actuado de manera inconsciente (ojo, como todos, prácticamente el 95% de lo que hacemos lo hacemos así) más de lo que lo hago ahora, algo que me impedía darme cuenta de muchas de las cosas que hago, desde dónde las hago, para qué las hago y cómo poder hacerlas de otra manera para disfrutar más de la vida, para estar en paz conmigo mismo.
Cuando empecé a jugar al fútbol, ese fútbol salía de las tripas. Del instinto. Del juego. Del agon griego. De esa lucha ficticia por superar al adversario que los niños practican sin filtro, con honor, de buena fe, con presencia máxima y atención plena; poco a poco, ese fútbol se fue convirtiendo en oficial, reglado federativamente, para luego ser una exigencia propia y del entorno y acabar, qué neurosis, como una obsesión por alcanzar un trabajo, un estatus, un prestigio. Quizás para otros la vida reserva diferentes contextos, momentos o situaciones profesionales para su evolución personal, pero a mí, por lo que sea (e intuyo que para el gran Jon debe haber sido algo parecido), me ha reservado para ello el teatrillo del fútbol. Con el fútbol yo he aprendido a tomar CONCIENCIA y a vivir en el Mundo del Amor.
Las relaciones, con el tiempo, van cambiando. Si ya, de por sí, la vida te va poniendo delante personas diferentes en función de las circunstancias, cambios de paradigma o tomas de conciencia como las que yo te manifiesto hacen un filtro mayor aún en el contacto con los demás. Cuando vives para dentro, con la referencia propia y no en el de enfrente, comprendes al prójimo, deseas al bien común, te pones al servicio de los demás porque estás pleno (del latín, plenus, es decir, "lleno", completo. Qué importante es tener todo para poder dar. Si estás vacío no puedes dar nada a nadie), aceptas al Ego, sin dejar que te maneje, y entiendes que cualquier identificación con nada de lo que tienes, haces o crees que eres, es falsa, la sabiduría se acerca (pues te das cuenta de que no sabes nada de nada) y la puerta del Mundo del Amor se abre de par en par. Esto no quiere decir que no haya dudas, miedos, momentos de inestabilidad o verdaderos ostiones...Al fin y al cabo, este es un camino que no tiene fin. Pero la puerta ya se abrió. Y ya entraste. Y te digo: pese a los días de tormenta, pese a las noches frías, pese a la oscuridad que a veces nos envuelve, del Mundo del Amor ya no se sale.
El gran Jon divide al mundo en dos grandes grupos: los que viven en el Mundo del Amor y los que no. Los que viven en el Mundo del Amor no son mejores que los otros, ni mucho menos. Solo viven en él; los que no viven en él tienen la compasión y la comprensión de sus habitantes, los cuales han tenido, por lo que sea, la oportunidad de darse cuenta de que la puerta estaba abierta y han tenido la valentía de dar el paso para entrar. A veces, incluso con las puertas abiertas, muchos no se dan cuenta de que pasan por delante y, entretenidos en lo que son, en lo que poseen y en lo que "tienen que hacer", pasan una y otra vez por la entrada sin levantar la cabeza. Los que estamos dentro, al principio de entrar, teníamos mucho interés en avisar a los de fuera; sin embargo, con el tiempo, nos dimos cuenta de que, desde dentro, lo que gritas no se escucha y lo que hay dentro no se ve. Solo se puede avisar al que levanta la mirada y se quita los tapones. Entonces, solo entonces, cuando él deja de pensar en lo que es, en lo que posee y en lo que tiene que hacer, y se interesa motu proprio en pasar, nosotros le tendemos la mano para que se una a nuestro mundo.
Desde aquel día con Jon, siempre que me hablan de algún amigo, conocido, compañero o colega, y me cuentan algo de él, no dudo en formularme la pregunta mágica para poder entenderlo todo:"¿Pero vive o no vive en el Mundo del Amor?
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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